Una casa católica de espiritualidad... ¿puede acoger actividades de la Nueva Era o de sectas?
La Iglesia no puede ser cómplice de espiritualidades contrarias a la fe cristiana
Luis Santamaría del Río (RIES)
Si uno pregunta por la oportunidad o no de que una parroquia, colegio
católico o institución religiosa se convierta en la sede habitual u
ocasional de la actividad de alguna secta, la respuesta automática es
negativa, sea cual sea la naturaleza de la reunión, esotérica (sólo para
sus miembros) o exotérica (con el fin de darse a conocer y hacer
proselitismo).
Si, dando un paso más, la pregunta se refiere a la galaxia difusa de la
Nueva Era, formada por una plétora de grupos, corrientes y asociaciones,
quizás algunos puedan manifestar sus dudas. En este caso, se trata de
un profundo desconocimiento de lo que es la Nueva Era y de su carácter
sincretista, que tiende a apropiarse de contenidos de las tradiciones
religiosas –también de la fe cristiana– y cambiarles el significado,
adaptándolos a su propia doctrina y llenándolos de relativismo.
Razones y peligros de una situación
Dicho lo anterior, hay que reconocer que se trata de un hecho real. Una
cantidad no pequeña de lugares de titularidad católica acogen con
frecuencia actividades organizadas por sectas y grupos que podemos
encuadrar sin duda alguna en la nueva religiosidad, el esoterismo, las
pseudoterapias espirituales e incluso el ocultismo.
Como decía hace años el psicólogo argentino José María Baamonde, al
explicar los métodos proselitistas y de captación de las sectas, “si
bien cada movimiento posee una estrategia particular, desde hace ya años
se registra con cierta asiduidad, la de intentar penetrar en ámbitos
católicos bajo diversas excusas”.
¿Por qué ocurre esto? Si miramos a los movimientos que realizan estas
convocatorias, está claro que buscan, en primer lugar, una legitimidad
ante el público potencial. A la hora de hacer proselitismo y contactar
nuevos adeptos, el que un encuentro tenga lugar en un espacio eclesial
puede disipar posibles dudas y recelos. Se supone que en una parroquia,
un colegio de una congregación o una casa de espiritualidad no va a
celebrarse “cualquier cosa”, y menos algo nocivo para la salud
espiritual del hombre. Junto a esto, hay que tener en cuenta también
factores como el bajo coste del uso de los locales católicos, si
atendemos a su acertada ubicación o a los precios de alquiler de
cualquier otro tipo de instalaciones.
Si miramos a las propias realidades eclesiales que acogen estas
reuniones y actividades, podemos encontrarnos con dos posibles actitudes
que explicarían este uso. La primera es la ignorancia, ya que los
grupos que demandan los locales católicos se mueven muchas veces en la
ambigüedad, sin revelar claramente su identidad o la naturaleza de lo
que van a realizar en el lugar que solicitan. Prueba de esto es que
muchas de estas instituciones de la Iglesia, cuando son advertidas de lo
que realmente van a albergar, suspenden la actividad prevista.
La segunda actitud que puede estar tras este uso ilegítimo de espacios católicos es la complicidad. Aunque resulte
duro decir esto, es lo único que parece explicar las reacciones de
algunos responsables de locales eclesiales cuando reciben algún aviso o
reclamación. Si en algunos casos muy contados la complicidad puede ser
doctrinal u organizacional (católicos –¡también sacerdotes o
consagrados!– que comparten los objetivos o las creencias de los grupos
respectivos, o que por amistad ceden ante las pretensiones de sus
dirigentes o miembros), la mayor parte de los casos es de tipo
económico, ya que estos lugares eclesiales comportan grandes gastos de
mantenimiento y la escasez de actividades hace que tengan las puertas
abiertas a todo tipo de ocasión lucrativa.
¿Qué ha dicho la Iglesia?
El documento que publicó la Santa Sede en 2003 –fruto del trabajo conjunto de varios dicasterios– sobre la Nueva Era, titulado Jesucristo, portador del agua de la vida,
reconoce la situación de la que estamos hablando y responde de forma
clara y breve: “Desgraciadamente, hay que admitir que en muchos casos
algunos centros de espiritualidad específicamente católicos están
comprometidos activamente en la difusión de la religiosidad de la Nueva
Era dentro de la Iglesia. Es necesario corregir esta situación, no sólo
para detener la propagación de la confusión y del error, sino también
para que se conviertan en promotores eficaces de la verdadera
espiritualidad cristiana” (en el apartado de “iniciativas prácticas”,
6.2).
El duro juicio de la Iglesia, que llama a “corregir esta situación”,
como acabamos de ver, no sólo tiene un aspecto crítico negativo
(“detener la propagación de la confusión y del error”), sino también un
elemento positivo (convertirse en “promotores eficaces de la verdadera
espiritualidad cristiana”). No se trata de condenar por condenar, sino
de recordar el verdadero fin de cualquier espacio que pertenezca a la
Iglesia católica y, encima, se titule de “espiritualidad”, además de
señalar la plena incompatibilidad entre la Nueva Era y la fe cristiana,
realidad que se demuestra de forma bien razonada en todo el documento.
En algunos lugares las autoridades eclesiásticas se han tomado en serio
esta indicación de la Santa Sede, aplicando con una normativa particular
este principio válido para la Iglesia universal, preocupadas por la
proliferación de actividades sectarias en espacios católicos. Por
ejemplo, en el año 2007 la archidiócesis española de Burgos, a través de
una carta de su vicario de Pastoral, establecía que “no se cederán
locales de edificios diocesanos ni de Órdenes, Congregaciones,
Institutos y movimientos eclesiales a sectas, sean o no de Nueva Era, ni
a los llamados Movimientos del Potencial Humano”.
Un recordatorio necesario
Pero como estas medidas no son habituales, en el año 2010 la
Congregación para la Doctrina de la Fe envió una carta a todas las
Conferencias Episcopales del mundo,firmada por el entonces prefecto, el
cardenal William Levada, preocupada porque “algunos centros de
espiritualidad dirigidos por miembros de la Iglesia católica han
integrado en sus programas sesiones donde se juntan ciertas técnicas de
oración con terapias alternativas. Tales terapias se inscriben en el
marco más vasto de las denominadas curaciones ‘espirituales’ o de
‘Wellness’ [bienestar]”. También porque habían recibido en este
dicasterio vaticano “noticias que demuestran que algunos contenidos de
tales programas propuestos incluso por sacerdotes o personas consagradas
no son conformes con la doctrina de la Iglesia”.
Por eso el cardenal Levada solicitaba a los presidentes de las
Conferencias Episcopales que recordaran a los obispos de sus países
respectivos “la necesidad de vigilar que los programas propuestos en los
centros de espiritualidad bajo la responsabilidad de la Iglesia,
incluidos los que están dirigidos por los Institutos de vida consagrada y
Sociedades de vida apostólica, sean conformes con los principios de la
fe católica”.
Algo digno de mención es que, junto con la misiva del cardenal Levada,
las Conferencias Episcopales de todo el mundo recibieron, a modo de
recordatorio, un documento adjunto: la Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana Orationis formas,
publicada en 1989 precisamente por la Congregación para la Doctrina de
la Fe, un documento que, tal como señalaba Levada, es “siempre actual” y
contiene un profundo análisis de la incompatibilidad de ciertas
propuestas espirituales con la fe y la oración de los creyentes en
Cristo.
¿Qué pueden hacer las instituciones eclesiales?
Es de esperar que los responsables de las diversas instituciones de la
Iglesia tengan el sentido común y la formación suficiente para un
discernimiento básico de los grupos que se acercan para demandar el uso
de sus locales. Sin embargo, en muchas ocasiones es difícil conocer la
real naturaleza de estos movimientos –algo que ya podría ser un criterio
al menos de sospecha, cuando no hay claridad–.
Para facilitar esta tarea, lo más apropiado es que cualquier lugar
católico que esté disponible para las actividades de grupos ajenos a su
titularidad disponga de un formulario que tengan que devolver
escrupulosamente cumplimentado las instituciones o personas que
pretendan utilizarlo, dando los detalles del grupo o asociación que
organiza la actividad, las personas que dirigirán o impartirán el
contenido y un resumen del mismo, además de cualquier otra referencia
que puedan aportar.
Esto, en principio, debería bastar para que el organismo eclesial pueda
dar una respuesta afirmativa o negativa a la petición. En el caso de que
siga habiendo dudas, se puede preguntar a personas o instituciones que
conozcan el tema, o bien a través de los encargados locales de
Relaciones Interconfesionales (a nivel diocesano), o bien a través de la
Conferencia Episcopal correspondiente (por ejemplo, en España, la
Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales cuenta con un
consultor de esta materia). También desde la Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES) estamos disponibles para aclarar las dudas y
ayudar en el discernimiento: ries.secr@gmail.com (España) y ries.america@gmail.com (América).
¿Qué puede hacer cualquier católico?
En el caso de conocer que en algún lugar católico va a realizarse una
actividad propia de la nueva religiosidad, es claro y razonable que
deberían seguirse las instrucciones dadas por Cristo y que no son otras
que las reglas de la corrección fraterna. Que, aplicadas aquí, seguirían
este orden (conservando siempre el tono dialogal, la caridad y el
carácter fraterno): en primer lugar, hablar con el responsable del lugar
para hacerle ver lo inadecuado de la celebración del evento. Si la
convocatoria sigue en pie, ponerlo en conocimiento de la autoridad
eclesiástica correspondiente. En el caso de que no surtiera efecto, hay
que ponderar la posibilidad de hacerlo público para que los fieles y el
resto de personas conozcan lo que ocurre y estén prevenidos.
Artículo publicado en Aleteia (enlace)